domingo, 8 de mayo de 2011

Recuerdos: EL TORO

E L  T O R O
Todas las cosas se vuelven a reeditar y es lo que hago yo con esta entrada. La razón es muy simple. Hace unos días en http://efemeridesvillacarrillo.blogspot.com/ leí la última efemérides publicada. Me puse en contactos con el autor Toni Pérez Fernández para felicitarle, como ya había hecho otras veces, y le indiqué que si podría darme información del nombre de la ganadería y de la fecha del hecho  narrado en esta entrada. Mi sorpresa fue mayúscula, pues en menos de una hora tuve respuesta a lo solicitado. Por lo tanto reedito la entrada agregando (en rojo) esos datos que me faltaban.

Hace ya muchos años, concretamente 64, pues todo ocurrió a finales de agosto de 1954, todo el mundo hablaba de lo mismo en aquellas calurosas tardes de un mes de agosto. Un camión con ocho jaulas de "Miuras", no lo eran pero como si lo fueran, eran de la ganadería de Carlos Nuñez, que iba para Barcelona o Valencia, no recuerdo bien, había volcado en una curva de la carretera en las proximidades de Torreperogil (desde entonces, siempre ha sido la curva de los toros), se habían escapado cinco de los bravos toros.
 La noticia apareció en algunos diarios, Mi amigo Toni, me informó que fue reseñada en el diario Imperio de Zamora del 21 de agosto y también se hizo eco el periódico ABC, en los días 21 y 26 del mismo mes. 
Cada uno contaba la historia como se la habían referido, pero agregando algo de su cosecha. La gente exagerando y los diarios con falta de veracidad con relación al lugar.
Uno de esos días, los rumores empezaron a ser alarmantes para nosotros y tomaron visos de realidad.

- Unos decían que uno de los toros había matado a un burro y el dueño, un anciano, se salvó milagrosamente. La prensa dijo que el anciano también había muerto.

- Otros, que el  toro había tirado la choza de un melonero y el melonero estaba dentro y, por suerte, no le ha pasado nada, gracias a que la choza le cayó encima.
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- La más alarmante, por supuesto para nosotros. era que uno de los toros se encuentra en el Prado de la Virgen.

La Fuente de los Cepos, estaba relativamente cerca del lugar al que se hacía referencia toda la tarde. Mi corta edad, catorce años, me obligó a preocuparme, ponerme nervioso y negarme a salir ni tan siquiera a la puerta de la calle. La cena, que era costumbre hacerla en la puerta del cortijo, aquella noche se hizo dentro de la casa; el toro estaba demasiado cerca. Mi padre intentó convencerme de que no pasaba nada, mi hermana me catalogó de caprichoso y, posiblemente, fuese verdad. Fue mi madre quien terció a favor de su hijo diciendo que ella también tenía miedo. Ahí estuvo mi salvación, pues acabamos cenando en el interior de la casa, la cena transcurrió entre bromas de mi padre y de mi hermana, que se cebaron en mi miedo y protección materna.

Nos retiramos a dormir esperando que todo fuese una de las muchas exageraciones que se habían contado los días anteriores. Pero... eran las cuatro de la mañana cuando Bandera, una perrita muy despierta, empezó a ladrar desaforadamente. Mi madre despertó, pensando que alguna alimaña atacaba a nuestro bien repleto gallinero. Se asomó por uno de los ventanucos del cortijo, la llamó quedamente y pronto comprobó que la perra era acosada por algo más grande que una alimaña; sus ladridos de acoso, eran sustituidos por ladridos de huida.

¡Era EL TORO!

Su miedo de la noche anterior era falso, pues, decidida, pensó investigar y ser la única que viese el trapío del tan nombrado "miura". Sigilosamente se fue hacia la puerta de entrada. Hay que decir que era una puerta poco resistente, una estructura de madera, que durante el invierno tenía cristales para dar luz al interior y en verano, estos cristales eran sustituidos por una tela metálica para que el fresco de la noche circulara por toda la casa e impedir que los mosquitos, miuras nocturnos, lo hicieran.

Su valor duró poco, pues el animal pasó muy cerca de la puerta. Mi querida madre, hasta su muerte, siempre defendió que el toro había dado con el cuerno en la puerta; alegaba dos razones para que la creyésemos: un resbalón del toro en una corteza de melón, arrojada la noche anterior y los intentos de ladridos de Silva, otra perrita pequinesa que por su dulzura, encanto y habilidad para entrar en la madrigueras de los conejos haciendo de hurón, tenía el privilegio de dormir dentro de casa y que mi madre sujetaba con fuerza sobre sus brazos para que no ladrara..

Todos nos despertamos; mejor, nos despertó mi madre con sus nervios; su valor se había venido abajo. Sólo decía:

- Pedro, !el toro! Pedro, !el toro !

Mi padre, que no tenía mal despertar, se levantó soltando improperios contra el toro y las manías que se le habían metido en la cabeza a su mujer.

Se lanzó a la calle, pero volvió más rápido que había salido, pues el toro no era una manía !ESTABA ALLÍ!, a dos pasos; lo debió ver muy bien. Ahora, después de los muchos años transcurridos, deduzco que habría luna llena, pues mi padre nos describió con todo detalle cómo era.

Los cuatro nos levantamos; yo temblaba -pienso que todos lo hacían-, pero, pese al temblor, estuvimos observando desde el interior de la casa el recorrido que hizo. Verdaderamente, había luna llena. Deambuló por los alrededores, bebió agua en el abrevadero del "pocillo" y desapareció por un carril que partía a la izquierda de la carretera, en dirección a Pincaire. Como es natural, ya no nos acostamos; eran aproximadamente las cinco de la mañana, y nuestro papel consistió en dar el aviso a los hortelanos procedentes del Puente del Condado, que iban a vender sus productos al mercado de Villacarrillo. Unos decidieron volverse, otros continuaron su camino; todos se asombraban y no daban crédito a que el toro estuviese por allí.

La mañana fue un ir y venir de gente por la casa para informarse. Desde muy temprano, la Guardia Civil rastreó la zona sin resultado. No había señales del toro. Seguro que algunos llegarían a pensar que era un sueño de mi padre; nosotros sabíamos que no lo era, pues lo habíamos visto muy bien.

A la hora de la comida, jamás se me olvidará que era cocido, un cocido que no nos comimos, mi padre salió al huerto que estaba situado en la parte trasera del cortijo y al lado de la fábrica para recoger algo que se necesitaba. Invitó a mi hermana a que le acompañase, yo celoso por la preferencia paterna, también quise ir y comenzó una pequeña disputa fraternal. Todo finalizó con la intervención de mi madre que profetizó:

- Hijo mío, tú no vayas, que puede venir el toro.

Fueron santas palabras para que desistiese en mi intento. La profecía se cumplió y mientras recogían el "hortal", un estrépito de piedras les hizo levantar la cabeza; el toro estaba plantado en un cerrete frente a la casa. Mi padre gritó:

- !Nena (dirigiéndose a mi madre, pues esa era la forma que solía utilizar siempre para llamarla), el toro!.

Desde una de las ventanas vimos cómo mi padre y mi hermana lo tiraban todo, mejor, se les caía, y corrían en dirección a la fábrica -al menos, eso pensamos-, pues era el lugar más cercano para refugiarse.

La torera de mi madre que, pese a lo que dijo la noche anterior, no tenía miedo, se lanzó hacia la puerta y yo con ella; desde allí pudimos contemplar al animal plantado con descaro sobre la pendiente, a unos cincuenta metros escasos. Mi madre no tuvo otra ocurrencia que citar, con la voz y moviendo el mandil, al "miura". Éste se dejó caer por la pendiente e inició la aproximación a la casa. Mi padre y mi hermana, que no se habían refugiado en la fábrica, como habíamos pensado, llegaron acelerados y se encontraron la puerta cerrada. Sólo los separaba del bicho el ancho de la carretera. Fue un momento de acelero, pero de reacciones rápidas; mi madre abrió la puerta, a pesar de los nervios, y pudieron entrar; el toro fue más tranquilo: miró hacia la casa, contempló todos los movimientos con insolencia, pero no hizo intención de acercarse, sino que se alejó.

La reacción paternal fue descolgar su escopeta y cargarla con rapidez para disparar al toro; sabía que no lo iba a matar con una simple perdigonada, pero su idea era asustarlo para que no volviese. Lo hizo. Corrió tras el toro y le disparó en los cuartos traseros; el animal dio un pequeño brinco, y, gracias a Dios, su retirada se hizo más veloz.

En estos momentos comenzó la parte más cómica de mi recuerdo, cómica en la lejanía del tiempo, pero dramática en aquel momento. El toro se alejaba, mi padre tras él, mi hermana detrás de mi padre, yo lloraba y decía barbaridades a los dos y mi madre cogiéndome de la mano trataba de tranquilizarme diciendo que el toro no volvería, pero sus nervios eran de tal magnitud que también lloraba y decía sentirse desfallecer. Sus lágrimas y lamentaciones, aumentaron mis miedos aún más. Mi padre hizo muy bien corriendo tras el toro y disparándole para asustarlo, ahora lo reconozco, pero entonces hubiese preferido que estuviese a nuestro lado.

El animal cruzó la carretera, saltó el arroyo y siguió por un camino del monte. Por si alguien venía por ese camino, mi padre iba gritando:

- !Que va el toro!

Los gritos avisaron a unos hombres, conocidos de nuestra familia, que venían con una gran espuerta de melones, pero la lejanía no les dejaba entender lo que mi padre decía; pronto lo entendieron cuando vieron que se acercaba a toda carrera el célebre toro que nadie en la zona, salvo nosotros, había visto hasta entonces. Lo tenían muy cerca, prácticamente encima, lo tiraron todo y corrieron a refugiarse en las peñas del entorno. Hoy me pregunto: ¿qué pasaría con los melones?

En su recorrido pasó ante el cortijo llamado el Portichuelo. Aquí los muleros quisieron divertirse citando al toro desde los bardales de las tapias desoyendo las lamentaciones del dueño. El toro no hizo ningún caso, aunque después se contase que había embestido contra las puertas causando algunos destrozos. El animal, lo que hizo fue seguir su camino y dejarse caer bajo la sombra de unas encinas próximas al cortijo. Debía de estar muy cansado pues allí estuvo recostado hasta dar tiempo a que llegara la Guardia Civil. Tal sería su cansancio que pudieron acercarse hasta tenerlo a tiro y una descarga de más de diez fusiles acabaron con su vida.

Yo lo vi. muerto, era grande y precioso; presentaba algunas heridas, ya secas, en su cuerpo, ocasionadas en el accidente; también tenía sangre reciente en la parte trasera, sangre que aún manaba por la perdigonada recibida. Mi padre me llevó a verlo para que me quedase tranquilo; ya no estaba, no volvería más, pero este toro siempre será mi toro y sigue volviendo a mí con frecuencia.

De niño y durante largo tiempo lo estuve presintiendo todas las noches y una gran angustia me atenazaba; despertaba a mi hermana y terminaba durmiendo junto a ella. Incluso no era capaz de salir durante el día a la puerta de la calle, y, cuando, por necesidades fisiológicas urgentes tenía que hacerlo, buscaba sitios elevados donde el toro no me pudiese coger, por ejemplo, en lo más alto del horno de la cal, la calera.

De mayor vuelve en los sueños; son mis sueños más usuales: toros que me persiguen y me acosan y siempre hay alguien o algo que me ayudan, y, si no hay ayudas, despierto siempre cuando me va a alcanzar. Mi mujer me lo suele notar y a veces me despierta diciendo:

- Ya estás soñando con el toro.

Foto familiar. Mis padres conmigo. Nos acompañan Mateo y Luisa con su hija Maruja, en aquella época vecinos y siempre buenos amigos.
Finalidad de la foto. Indicar que sobre las rocas del fondo es el lugar por donde apareció la segunda vez el toro.
Rehecha la entrada, cuando la lean mis hijos seguro que se reirán, pero agradecerán, tanto como yo, a Toni Fernández Pérez, que nos haya aclarado los datos que nos faltaban.

Como hablamos de toros:
                                         ¡¡¡VA POR TI, TONI!!!

3 comentarios:

  1. Ginés, no podía ser menos que publicar tu experiencia familiar con el toro. Es bastante interesante y divertida, a la vez que siniestra...-yo no hubiera querido vivir esa experiencia. También, como me dijiste, todo ocurrió en realidad, y nada tiene de leyenda. GRACIAS POR COMPARTIR

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  2. Felicidades por tu incorporación al mundo de los 'blogueros'. Está claro que no aprendiste a escribir ayer, así que nos enriqueceremos quienes vamos a ser habituales de tu espacio.
    He querido enviarte un mensaje privado pero el enlace al correo electrónico de tu blog no funciona. Si te parece, visita el mío (http://elperrodemimujer.blogspot.com) y, además de hacerte seguidor en el caso de que te satisfaga el sitio, puedes pinchar mi correo y me envías el tuyo, para remitirte un comentario privado.
    Lo dicho, bienvenido a este mundillo y enhorabuena. José Juan

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  3. Ginés, eres Genial. ¡Vaya lo bien contado que está el hecho!

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